Los cuatro
niños están solos
en la casa;
el viento sacude
los arboles del
jardín y el
monte cercano, generando
extraños aullidos que,
les da miedo
a los habitantes
de la casa.
Es Agosto y
hace frio, agravado
por el viento
que, se cuela
por cualquier rendija.
Sentados cerca de la estufa,
donde arde un
alegre fuego, los
cuatro, tienen distintos
pensamientos, todos quieren
que, llegue la
madre.
El más
grande tiene 11
años, le sigue
uno de 9
y dos de 6; como
jefe absoluto hasta
que, la madre
lo releve, es
consciente de lo
peligrosa de su
situación, solos en
una casa aislada,
en pleno temporal,
cualquier cosa no
prevista puede significar
el desastre.
Mama se
demora hoy, piensa
mirando el fuego.
Eso no es
normal, casi nunca pasa. En quince
minutos ordeno a
todo el mundo
irse a la
cama, yo deberé,
aguantar despierto, para
abrirle cuando llegue.
Mira las llamas
hipnóticas, siente como
si se trasladara
a otro lugar
y estuviera contemplando
otra hoguera, le
pasa siempre y
se le eriza
el pelo de
la nuca. Unos
golpes en la
puerta pone en
movimiento a los
niños, creen que,
es la madre,
pero el mayor
sabe que, no
es ella, los
golpes no respetaron
lo convenido. Efectivamente, una
cara barbuda con
una bolsa en
la mano izquierda,
les mira a
través del ventanal,
y les pide
para entrar. No es
mamá, son problemas.
Esta noche
está solo, alguien
mato a sus
perros a tiros,
llevara tiempo volver
a contar, con
colmillos amigos. Estudia
la cara barbuda
y siente que,
no debe dejarle
entrar bajo ningún
concepto; pero sus hermanitos
opinan que, hay
que dejarle entrar,
afuera hace frio,
que duerma junto
a la estufa.
Intentan quitar el
pasador animados por
el extraño y
la violencia se
desencadena dentro de
la casa. A
sopapos, trompadas y patadas, el
mayor somete a
sus hermanos, los
arrea hasta las
habitaciones y obliga
a acostarse. Está
el problema de
que, alguno intente
abrir la ventana,
espera que, se
duerman, atranca con
una silla la
puerta del fondo
y en un
gesto contrario a
un razonamiento lógico,
apaga el fuego
con agua, sumiendo
la casa en
tinieblas. De la
cocina agarra la
cuchilla grande, y
el faconcito mediano.
Hay cosas que,
se venden caras,
la vida de sus hermanos
y su piel,
cuestan, dos aceros
afilados. Sabe que,
su castillo es
endeble, los ventanales
no tienen reja.
Se sienta, en
la entrada del
dormitorio, donde sus
hermanos, machucados, duermen
y en un
ejercicio libre de
voluntad, deja ir
cualquier atisbo de
racionalidad y se
convierte en locura,
violencia agazapada en
la oscuridad, alimaña
armada con dos
filos de acero,
dispuesta a matar
a quien se
atreva a atravesar
la oscuridad que,
esta noche es
su aliada, su
cómplice. Antes de
apagar toda racionalidad
y dejar que,
la violencia asuma
el mando se
recuerda no gruñir,
no hacer ruido
y si el
combate esta perdido,
matar a sus
hermanos antes de caer. Locura
desmedida, infernal que,
le acuna, arropándolo.
Los golpes
resuenan en el
fondo de su
mente, algo importante,
no sabe qué.
Siguen, insistentes y esa
voz…….aterciopelada, dulce, llamándole
por su nombre.
Todavía tarda varios
minutos en moverse,
exactamente los que
necesita para volver
a ser un
niño, no quiere
que su madre
vea que es
cuando las cosas
se tuercen y
esta solo contra
lo que, pinte.
Se para y va a
abrir, olvida los
filos, uno en
cada mano y
es la cara
de su madre
la que, le
hace acordarse.
La madre
ve a su
hijo con la
cuchilla y el
cuchillo, le ve
la cara y sabe que,
han habido problemas.
No ve sangre
ni parece herido,
la casa estaba
cerrada, los otros
dormirán, pero reprime
cualquier impulso de
cerciorarse, esta noche
hay que, atender
al mayor, esta
desquiciado, algo no
está nada bien.
No suelta los
cuchillos y esa
mirada carente de humanidad es
horrible. Se acerca
lentamente, ya es
casi tan alto
como ella, pero
es absolutamente más
fuerte, se arrodilla
y le brinda
el pecho, su
hijo se arrodilla,
mira sus manos
empuñando con seguridad
dos armas, levanta
la mirada y
pone los dos
cuchillos frente a
ella, en el
suelo, reticente, sin
ganas.
Tras escuchar
que, paso, llama
a la Policía,
vienen peinan la
zona pero sin
mucha convicción, hace
frio y como
creerle a un niño de
11 años, unos
pocos se esfuerzan,
le conocen, ese no es
un niño cualquiera,
ni esa es
una familia al
uso, si dice
que, hay un
hombre barbudo en
la zona, es
que hay un
tipo por ahí.
Se van sin
encontrar nada; la
madre calienta agua,
el fuego vuelve
a crepitar alegre,
su hijo sentado
en la mesa
mira como clarea,
está ausente, ella
siente que, esta noche
cruzo alguna línea,
una importante y
no se lo
contara. Lo pierde
muy rápido, no
es solo que
crezca, cada episodio
donde debe tomar
decisiones de adulto,
adopta soluciones radicales,
tan convencido, tan
decidido que, da
miedo. ¡Y de
repente lo sabe!
Estaba dispuesto a
matar a sus
hermanos antes que,
dejarles caer en
manos del tipo.
Tiembla incontrolada, se
sienta frente a
ese hijo suyo
y llorando le
pide perdón, no
lo ve levantarse, cuando quiere
es un gato,
se siente abrazada,
siente el beso
en la coronilla
y escucha:” Por
voz también lo
haría mami y
no pasa nada,
puedo hacerlo, podría
vivir con eso;
no quiero vivir
si no hago
lo imposible por
defenderles. Solo que,
no es fácil
manejar lo que,
siento y pienso,
asusta bastante. Solo
tengo 12 años,
dame tiempo.”
La madre
cerró los ojos
conmovida; le faltaba
un marido, no
tenían bastante plata,
les faltaba ropa,
no había rejas
en la casa,
ni electricidad pero
tenían Amor y
a un miembro
de esa familia
dispuesto a cualquier
sacrificio. Ese amanecer
le quedo claro
que, enfrentaría muchas
dificultades pero contaba
con un hombre,
su hijo, que,
no la dejaría
abandonada y haría
lo que, fuera
necesario para sobrevivir,
le recordó hacia
unas horas aferrando
dos cuchillos dispuesto
a cualquier cosa
y pensó que,
era del todo
inadecuado, pero efectivamente, muy
necesario.