Enzo y
Raquel, son un
matrimonio joven que,
tiene una hija
de 22 meses.
Viven en su
casa, a unos
35 kilómetros de
la ciudad, por
una carretera estrecha,
con muchas curvas
que, baja sinuosa,
desde las montañas.
Es Domingo, 1612,
la niña lleva
dos días muy
mal, no saben
que, le pasa.
Enzo mira
la carretera tapada
de coches, avanzando
a paso de
tortuga. Su viejo,
Ford Escort 1,8
Naftero está con
el motor caliente,
viejo reflejo de
una antigua vida
pecadora. Siente que,
habrá que, ir
al Hospital, unos
37 kilómetros; Casi
5 en autopista,
2 en ciudad
y el resto
en una carretera
estrecha. Ha pensado
en que, hará,
si toca salir
pitando, ha visualizado
la pista y
mentalmente, está preparado.
Le gustaría contar
con un coche
más pesado y
con mas motor,
tener más empuje
desde abajo, se
tendrá que, conformar
con el viejo
Ford.
-¡Enzo!
¡Enzooooooooooooooooooooooo, veniiiiiiiiiiiiiiiii!- El
grito de Raquel
lo pone en
movimiento, entra a
la casa y
llega al cuarto
de la beba,
pero nada le
había, preparado para
el cuadro que,
encuentra: Raquel y
la beba llenas
de sangre y
la niña, vomitando,
mas sangre. Lloran
las dos y
para Enzo es
evidente que, hay
que ir al
Hospital, ayuda a
Raquel a llegar
al coche, la
beba sigue vomitando
sangre y a
ese ritmo, la
pérdida de sangre
será un problema.
Saca al Ford
derrapando por el
caminito que, da
a la carretera.
Cruzar es impensable,
van todos pegados,
gira a la
derecha y por
la banquina hace
los 500 metros que,
hay hasta la
rotonda, la hace
y queda apuntando
hacia abajo, a
la lejana ciudad.
pero está detrás,
de muchos kilómetros,
de coches a paso de
tortuga, queda la
banquina, separada de
la montaña por
una barandilla de
metal y por
ahí se mete.
Los espejos explotan,
la chapa gime,
saltan chispas, suenan
bocinas e insultos.
Las ventanillas del
Ford se rompen,
avanzan en una
pesadilla de chirridos
y espejos que,
revientan. Un bus
frena la carrera
suicida, el Ford
no entra en
el hueco, en un kilometro
largo hay una
curva y el
espacio aumenta, apenas
50 metros de
largo, tendrá que,
ser suficientes. Espera
pegado al Bus
y cuando ve
que, puede pasar,
acelera a fondo
y se libra
del obstáculo, volviendo
a pelearse con
los coches, avanzando
por la banquina.
Es una carrera
surrealista, donde Enzo,
debe cuidar la
maquina, tiene que,
hacerla aguantar. Deja
los costados del
Ford mientras su
hija, sigue vomitando
sangre y su
mujer, llora desconsolada.
Llega a la
autopista y exprime
al Ford, quinta
y pata a
fondo, vuela, y
el viento molesta
a las pasajeras.
Adelanta, a los
demás coches, por
cualquier hueco disponible,
real o imaginado.
No toca la bocina, una
mano en el
volante y la
otra en la palanca de
cambios, los faros
hace rato que,
se rompieron pero
da igual, nadie
mira por los
espejos, nadie ve, al
coche rojo, venir
con urgencia y
los que, le
ven, le ignoran.
La autopista termina
en un puente,
cruzándolo y a
2000 metros, más
o menos, está
el Hospital. El
puente tapa la
visibilidad, oculta que,
hay en la
calle; Enzo rebaja
a tercera y
esquiva los coches
parados a la
entrada del puente,
subido a la
vereda, lo cruza
para descubrir coches
y coches que,
esperan parados a
que, el semáforo
cambie a verde.
Sin asomo de
duda se sube
al cantero y
acelera, destrozando flores
y arbustos. Cruza
la calle del
semáforo como una
exhalación y al
subirse al cantero,
otra vez, destroza
el radiador, el
vapor que, sale
del capo lo
evidencia.
Quedan 700 metros,
el cantero se
termina y hay
un túnel, a
su derecha tres
hileras de coches
le separan del
Hospital. Con el
Ford herido de
muerte, su niña
vomitando sangre y
su mujer llorando
mansa, Enzo ataca
a los coches,
nadie da paso,
todos le miran
con estupidez y
no tiene tiempo
para boludeses. Destroza
la trompa del
lado derecho y
esta a dos
coches de conseguirlo,
embiste metiéndose entre
una trompa y
un baúl, el
caos es enorme,
las bocinas y
los gritos se
imponen, nadie deja
paso, a ese
loco en el
coche rojo. El
ultimo presenta batalla,
porfiado, buen ciudadano,
respetuoso de las
normas de tráfico,
e indignado por
ese loco suicida
que, ¡O Dios!,
le ha rayado
su cochecito.
Enzo nota pesada
la dirección, tiene
una rueda pinchada,
el vapor y
el olor a
quemado llena el
habitáculo. Con frialdad
apoya el Ford
suavemente contra el
otro coche, aguanta
en paralelo y
cuando el árbol
centenario esta justo
a dos metros,
empuja hacia la
derecha firmemente, sacándose
de encima el
último obstáculo, dejándolo
empotrado en el
árbol.
400 metros y
monedas. Agarra la
entrada al Hospital
como si fuera
a Boxes, estaciona
lo que, queda
del Ford a
un lado, sale
por la ventanilla
y saca a
sus mujeres por la ventanilla
trasera. Con su
beba en brazos,
se mete en
Urgencias, seguido de
Raquel. Los patrulleros,
hacen acto de
presencia y el
Ford se prende
fuego.
La Policía le
esposa dispuesta a
llevárselo detenido, hay
un montón de
denuncias, sobre un
conductor suicida, un
loco de remate.
Enzo no dice
nada, solo piensa
en lo cerca
que, estuvo de
no conseguirlo y
en otra época,
donde corría o
destrozaba coches por
diversión, de puro
aburrido. Raquel viene
sola, arrasada en
llanto y le
abraza. La Policía
quiere saber, de donde,
salió tanta sangre.
-¿Los padres de Estefanía Robles?-
Pregunta un Doctor.
-Si, nosotros.-
-Estefanía entra a
quirófano, hay que,
operarla del estomago.
Hicieron bien en
traerla, diez minutos
mas tarde habría
muerto. La operación
es delicada, pero
pensamos que, la
niña se pondrá
bien.-
-Gracias Doctor.-
La Policía le
saca las esposas
a Enzo, si
fue una emergencia,
cambian las cosas.
El matrimonio espera
abrazado en un
banco, sucios, llenos
de sangre, solos,
asustados…..Raquel se duerme
Y Enzo recuerda
a la banda:
Negro, Cui, Piña y Flojo.
Aquellos pecados, hoy,
fueron virtud.