Estamos entrenando
y un compañero
jovencito, tiene 17
años, se derrumba
en un costado.
Su cara, su expresión facial
es la de
alguien desbordado por
la preocupación. No
le conozco lo
suficiente ni él
a mí, lo
que no me
impide acercarme y
preguntarle qué le
pasa, responde que
lleva un día
asqueroso, que nada
en mierda. Entonces
tiro de él
para levantarlo y
le pido-ordeno que
se ponga a
entrenar y que
lo haga de
verdad, le prometo
que por un
rato se olvidara
de todo, que
tenga confianza. No
le saco ojo
de encima, yo
sigo a mi
ritmo, doy todo
lo que tengo,
no guardo nada
y los jóvenes
me llevan con
la lengua afuera,
ellos tienen turbo
y motores nuevos,
mi viejo motor atmosférico
está
muy caminado y
le falta potencia.
Me arreglo como puedo, eso
de la experiencia,
del zorro viejo
y la insana
insensatez que me
adorna. Le veo
trabajar aunque podría esforzarse
más, me acerco
y se lo digo y
le aliento a
ponerle más ganas.
Yo se que
funciona, sé muy
bien que si te entregas
los problemas desaparecen, hasta
que llegas a
la ducha y
ese rato es
como una liberación.
Ahora se trata
de hacérselo ver,
que lo sienta
y aprenda a
usarlo, hay que
enseñarle.
Estoy traspirando
como si me
hubiese metido en
un sauna, en algún
momento
no soy capaz
de respirar cómodo,
me ahogo pero
no aflojo medio milímetro, mi
compañero en ese
combate lo detecta,
es joven y
ve la brecha,
decide que llego
el momento de
derrotarme y se
manda confiado. Tengo
que recurrir a
varias técnicas que
son raras, difíciles de
ver y consigo
hacerle rendir. Yo también
necesito
escapar de la
realidad y por
eso entreno muy
duro; mi compañero atiende
la explicación rápida de
como lo pare
y porque le
derrote. Le gusta,
le gusta mucho,
sonríe con cara
de Tigre satisfecho,
los dos sabemos que
en menos de
un año, él
me lo hará
a mí, de
eso se trata,
mostrar las cosas,
enseñarlas, trasmitirlas. Y después
sufrirlas, ejecutadas
por los cachorros
que amamantaste.
Cambiamos de
ejercicio y le
pregunto cómo va
al nadador sobre
excremento, contesta que
bien, mejor. Apreta,
queda poco le
digo y le
dejo tranquilo un
rato. Ahora llego
lo más duro: Randori, combate
de pie. Hago
dos y para
el tercero quedo
libre, no tengo
a nadie y
veo al muchacho
sin pareja y
lo llamo. Argumenta
que no tiene
fuerza y su
postura dice que
tampoco ganas pero
yo soy muy
porfiado, le digo
que no caerá,
solo lo despegare
del suelo, nada
de tirar. Es tímido y
tiene miedo, le
da miedo que
yo lo agarre,
así que le
doy espacio, mucha
cancha, pero lo
muevo mucho sin
usar toda mi
fuerza y cada
tanto se la
hago sentir para
que vea que
me estoy dejando,
que le estoy
dejando. Tiene que
aprender a confiar
en los compañeros
y en sí
mismo, llevara algo
de tiempo, empezamos
hoy, conmigo.
Tras la
ducha le digo
que no deje
de venir, que
use el Judo
como escape, es
una buena manera
de evadirse. Que focalice los
problemas que puede
arreglar, que dependen
de él y
olvide los otros.
Le pregunto si consiguió
olvidar
o dejar de
pensar un poco
en todo lo que le
afecta.
-Cuando me
agarraste solo existías vos,
nada más.-
-Y vos, también
estabas
ahí, aguantándome. Ya
sabes algo mas,
haciendo Judo los
problemas se estacionan
un rato fuera
de tu cabeza,
un ratito, a
mi me funciona.-
-Gracias, no tenías porque
hacer esto.-
-¿No? Bueno,
soy Cinturón Negro,
eso comporta obligaciones,
entre ellas cuidar
de los jóvenes,
ayudarles y patearles
el orto cuando
hacen cagadas. Además
a mi me
ayudaron cuando tenía
tu edad, solo
devuelvo algo que me
prestaron. Digamos
que ahora tenes
un hermano mayor
pendiente de como
estas y que
haces.-
-Eso es
lindo.-
-Es muy
lindo. Nos vemos
el miércoles, no
faltes, no llegues
tarde y esforzate mas.-
-Bien, acá estaré, gracias.-
-De nada, cuídate.-