En mis recuerdos,
no hay ninguno,
en el que
al Sensei Luis Ángel Firpo,
alguien, haya conseguido
tenerlo más de
15 segundos con
la espalda en
el tatami o que consiguieran
hacerle rendir, usando
una palanca o
una estrangulación. Ustedes
dirán: perdió memoria. Al Sensei Marcelo
Erlich, más de
lo mismo; si
bien eran estilos
distintos, los dos
eran imposibles de
sujetar. Los dos
te dejaban agarrarles,
los dos te
preguntaban si estabas
preparado y los
dos, se escabullían, con
una facilidad insultante.
Ustedes repetirán: perdió memoria. Una clase,
Sensei Firpo, decreto
que mi habilidad,
defendiendo el cuello,
era la de
un canario raquítico y
me enseño una técnica
muy
efectiva que sumada
a mucho trabajo
localizado, podría proporcionarme
un cuello como
el suyo; el
que tengo hoy,
sin ir más
lejos. También me
enseño una forma
de trabajar en
el suelo, tan
avanzada, que me
llevo años, entenderla
y poder valerme
de ella. Evidentemente, no
tengo su nivel,
por lo que
me cuentan, sigue
siendo como una montaña de
agua que te
aplasta y se
mueve a una
velocidad, impensable en
alguien de su
edad; mientras ríe
disfrutando. Sensei Erlich,
derrochaba paciencia y
buscaba hacerme llegar
las cosas y
para eso, recurría al
Randori; se valía
de todo, pero
en Randori era
donde combatía con
ese adolescente porfiado
y cabezón, ciego,
sordo y vehemente,
que daba la impresión de
que habia perdido
el cerebro. De los
dos conservo cosas,
me las noto;
las hago y
pienso: El Viejo
o Marcelo. Los
dos me acompañan
en cada ejercicio,
en cada clase;
los dos se agarrarían
la
cabeza viéndome repetir
errores de antaño;
los dos querrían
matarme cuando me
pongo en fase porfiado y
sin ninguna duda,
ninguna, ¿eh? , me exigirían mas,
mas, mas, mas.
Es por eso,
porque los tuve,
les tengo, que
se lo básico y
necesario que es
un Sensei para
enseñar Judo, nada,
nadie, puede sustituirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario