Las
risas, jaleaban a
los dos Judokas…sus
propias risas, al
caer o proyectar
al compañero. Trabajaban
duro, era un
Randori exigente y
el Sensei los
observaba de lejos,
pendiente de la
majuga que se distraía
con
el espectáculo. Opto
por pararlos a
todos y dejar
solo, a los
dos bufones, con
su Randori y
las risas. Tatami
abierto y una
sola pareja, evolucionando
en una danza
de dos voluntades, que
no querían ser una e
incluso, proponían movimientos
antagónicos, porfiados los
dos, en imponer
su ritmo al
otro. La belleza
era sutil pero
estaba y la
cara del Sensei,
floreció en una
sonrisa ancha; habia
criado a uno
y heredado al
otro pero era
Judo lo que hacían
los
dos y del
bueno, del que
no suele verse.
Erguidos, sin tener
los brazos agarrotados,
se proyectaban de
muchas maneras, seguían suelo,
se paraban como
leopardos, de un salto y reían como
demonios, estaban disfrutando
y se les
notaba. El sudor
goteaba por las caras
y se lo
secaban a manotazos;
los pies sacaban
melodías del tatami,
los arrastraban y
en el silencio
del Dojo, era
bien audible el ruido. Nadie
hablaba, todos miraban
y cada uno veía
lo
que su grado,
le posibilitaba a
entender. El final,
que coincidió con
el tiempo cumplido,
fue algo que
nadie entendió, esos
dos se hicieron
de todo en
el aire, contorsionándose como
gatos y cayendo
juntos, ambos sobre
su costado y
a las carcajadas
se levantaron, saludaron
y se fundieron
en un abrazo;
entonces el Sensei,
rompiendo el protocolo,
empezó a aplaudir
y todos le
seguimos. Lo que más me
asombro fueron las
risas y después las
ganas, iban con
todo, buscaban el
Ippon con una determinación
primaria, como
si fuera algo
vital, como si
les fuera la
vida en eso;
como si supieran
algo que yo
no sabía. Evidentemente
sabían muchas cosas
que yo, todavía no podía,
ni
imaginar, que existían o que las intentaría, algún día
lejano. Al igual
que hoy, sé
que me falta
mucho por conocer
y cada tanto,
en un Randori,
sin darme ni
cuenta, busco el
Ippon como si
la vida me
fuera en eso,
rio cuando me
estampan en el
tatami, de un salto me
levanto, un salto
lento, en cámara lenta
y voy a
buscar a mi
compañero, que se ríe de
mi osadía; todo
bajo la atenta
mirada del Sensei
y la majugada
nuevita que con
ojos grandes como
platos, se pregunta
qué es, tan
condenadamente divertido. Algunos
asombraran a otros jóvenes, en
dos o más décadas; al
buscar un Ippon,
mientras ríen como
demonios.
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