Tuve la tentación de
no ducharme antes
de entrenar, de
no saludar para
nada o hacer
un gestito con la cabeza,
dejar las chancletas
de cualquier manera,
apoyarme en la
pared, tirarme en
el suelo como
si estuviera en
la playa; de
llegar tarde; de
no hacer el
esfuerzo máximo, en
cada clase, en
cada ejercicio. Claro,
que la tuve,
y la tengo;
sería más fácil
todo, mucho más. Pero, pero,
siempre suele haber
alguno, yo no
me hice Judoka
para agarrar caminitos
fáciles; no señores,
no señoras, niñas
y niños, no.
Yo me hice
Judoka, porque quería
ser un hombre
y no una
mala bestia. ¿Tentaciones?
Todas, como a
cualquiera. ¿Saben porque,
no sucumbí? Tuve
Senseis, Maestros de
verdad, no de
boquilla y me enseñaron lo más importante,
que enseñarte, puede
alguien: a quererme y
respetarme. Desde ahí,
pude construirme y
construir el mundo,
mi mundo; en
él, respetar es fundamental. Así
que, seguiré observando
las reglas, que
ellos me regalaron
y seguiré acordándome,
de la diferencia,
que existe, entre
traspirar el Judogui
y ensuciarlo, que
no es lo
mismo. Yo, vuelvo
a tener un
Sensei, voy a
un Dojo, aprendo
Judo, lo intento. Procuro, que
si mis Senseis
pudieran verme, sintieran
orgullo y ojala,
ojala, no por
ellos, por mi;
puedan pensar, que
al final, lo conseguí. Sigo
acariciando con mis
pies un tatami
y si sigo haciéndolo, hare
todo lo demás,
que me enseñaron;
a ellos, jamás
le preocupo una
medalla o un
campeonato, les desvelaba
mi carácter y
en ese Shiai,
solo estaría yo.
Les preocupaba, conseguir
Educarme, enseñarme a
controlarme; para eso
me contaminaron de
Judo, me regalaron
lo mejor de
si mismos, regalos,
que sigo disfrutando, en
unas dos horas,
sin ir más
lejos, disfrutare traspirando
el Judogui y
repito, hare de
cuenta, que me
visitan, como hago
en cada clase.
¿Si hoy, tuviera
13 años, un
problema infernal con
la agresividad y
la violencia, me salvarían de
mi mismo, con
estos métodos modernos,
tan de moda?
Menos mal, menos
mal, que tenían Judo
para regalarme.
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