Suelen preguntarme
sobre mi palmares
y la cantidad
de medallas que gane;
no tengo palmares
y gane algunas,
pocas, contesto y
es la verdad.
Por supuesto hablamos
del fulgor del
metal, el que
tiene a muchos
encandilados, va, a
la mayoría. Yo
atesoro otras medallas,
ganadas sin árbitros,
sin tatami y sin más testigos
que quienes intervenimos,
los protagonistas. Muchas,
ganadas solo hablando,
negociando y algunas,
con la parte
del Judo que es combate.
Y no se
engañen, no solía
esperar el ataque,
lo provocaba o
simplemente atacaba yo, la iniciativa,
tenerla, es fundamental
y buscarla y
conseguirla, era un
objetivo primario. Ayer volvieron
a preguntarme, evoque
varias medallas y elegí esta,
fue siendo muy
tierno, estaba muy
verde y no
dude, aunque era más miedo
que certeza; pero
dejarla sola, no
era ni siquiera
una posibilidad. Con
los años, el
miedo sigue, sabes más claramente
que te jugas,
pero también tenes
certezas y muchas
herramientas. Viole mis
reglas, me salte
mi protocolo y
los de Judo,
pelear estaba prohibido,
implicaba jugar con
mis demonios; era
la primera pelea
desde que aquella
mañana, en la
que, casi mate
a otro niño y
por
eso, entre
a Judo, buscándome,
eran muchas cosas
y era una
mujer en problemas y
la balanza cayo
de su lado.
Flexibilidad, Beneficios y Prosperidad Mutuos;
aceptar que te
regalan un poder
y que deberás
usarlo, con criterio
e inteligencia, bajo
cualquier circunstancia, por
adversas que sean. ¿La edad? 17,
apenas 4 en
Judo. Un gracias,
musitado por una
mujer muy joven,
que llora del
susto inmenso y
del alivio no
menos intenso que todavía siente,
porque hacia unos
minutos estaba sola
y habían aparecido
esos cuatro desgraciados,
que la habían
empezado a manosear;
lejos de cualquier
ayuda y nada
la salvaría; pero
si, la salvo
un quinto, más
joven que ella,
un guacho que sería un
hombre, con el
tiempo o quizás
ya lo era,
actuaba mejor que
muchos. Ese gracias,
no se olvida;
esos cuatro, no
saben que les
paso por encima
y el guacho,
él guacho se
fue a su
casa, después de,
acompañarla serio, a
la parada, sumido
en sus propios
abismos y dudas; ella aliviada, lo miraba con ojos que buscaban entender que habia pasado y lo que habia visto, que el guacho le pidiera que guardara el secreto, como si escondiera un crimen y porque afirmo rotunda q ue ella nunca diria nada y decirlo convencida;
y verla subir
al bondi, cargando
su bolsa, donde dormía un
Judogui que esa
tarde había usado
para competir, con
nefastos resultados. Colgándolo
en la cuerda,
para que se
secara y aireara,
estaba mojado de
sudor, pensó que había ganado
la mejor medalla
posible, una sonrisa
de una muchacha
agradecida. Era un
triunfo intimo, que no podía
compartir ni hacia
ninguna falta; su
Sensei le putearia
por el riesgo asumido,
en caso de enterarse; reiría
como siempre que
se mandaba alguna
y lo felicitaría,
había actuado como debía; pero
él, no se lo diría, debía
proteger al Sensei, del alumno discolo, rebelde e incomodo que era
y la mujer,
no sabría donde
buscar, estaba a
salvo. Les había
dado una buena,
nada roto, se había asegurado que así fuera,
pero los dejo
muy doloridos, también
se había asegurado
de eso. Palmeo
el Judogui y
se fue a
dormir, le dolía
todo el cuerpo,
estaba reventado, un
instante antes de
quedarse dormido, llorando,
descargando la furia
que todavía lo
vapuleaba, el miedo
que era mas pánico, pensó que había sido
una locura enfrentarse
a cuatro hombres
y mas locura
había sido tentar
al diablo; entonces,
llego el recuerdo
de la sonrisa
agradecida y se durmió, sonriendo,
tenía su medalla
y no la
cambiaba por nada.
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