Es triste
y una vergüenza,
para mí lo
es, cuando me
topo con un
Judoka, que tiene
un grado muy
por encima de
sus conocimientos. Por
regla general, encima,
está convencido de
que podría enseñarle
al mismísimo Jigoro
Kano, algo que
resulta de que
se lo hayan dejado creer,
en su día,
por las razones
que sean, todas
equivocadas y el
paso de los
años, que lo
llevan a autoconvencerce de
que sabe más,
de lo que
en verdad conoce.
Es triste en
los Kyus, pero
relativamente aceptable, en tanto
y en cuanto,
se está a
tiempo de remediarlo;
pero en un cinturón negro,
es inadmisible. Total
y completamente inaceptable,
no debe ni
puede, existir un cinturón negro,
que no sepa
todas, si todas,
las caídas. Las caídas, parecen
técnicas en vías
de extinción y algún mamarracho,
de los que
abundan últimamente, no
las considera fundamentales
y otros alardean
de saber mucho,
pero mucho, de
algo llamado Judo y cayendo
son tétricos, desconocen
alguna de las caídas o
las ejecutan francamente
mal. ¿Qué se
les puede exigir,
del resto de
conocimientos, que deberían
ser obligatorios? Nada.
Pero pagan una afiliación, pagan
un examen, y pagan un
diploma y como
pagan, pagan y
pagan, llegan a
cotas donde jamás
debieron llegar, pues
no tienen los
conocimientos que les
amerite estar en
ese nivel. Las Federaciones, en
mayor o menor
medida, han caído
en la trampa
de masificar rápidamente,
a lo loco
y al hacerlo,
tener más ingresos,
en detrimento de
la calidad, que
se ha ido
al suelo, y
amenaza con llegar
al centro de
la tierra. Han reducido
la creación de
Jigoro Kano a
pagar y adorar
el fulgor del
metal, vaciándola de
contenido y significado,
probablemente por ignorantes,
aunque también los habrá que
por ser simples
mercachifles (Léase mercader
de poca importancia)
abjuraron de aquello,
que les enseñaron. Es triste
y una vergüenza,
ver un cuarto
dan, que no debería ser
ni siquiera segundo
o un segundo
dan, que estaría
mejor en marrón,
aunque ambos, crean
que son unos
iluminados y son esperpénticos. Si,
si, esperpénticos. No
saben caer, imagínenlos
enseñando, si, para
ellos es un
simple trabajo, al
que ir a
fichar, pasar el
rato e irse
a casa. ¿Enseñar,
que? Una verdadera
vergüenza, mucha tristeza y
puede que ellos
no tengan la
culpa, les enseñaron
asi, es lo que vieron
desde siempre que se
hacía
y solo repiten
el modelo que
les trasmitieron. Tristeza
y vergüenza, en
cualquier orden, la que
sentí
hace unos días,
cuando le tuve
que decir, a
un Judoka, que
cuidado, con donde
llevaba a su
hijo, a aprender
eso que llaman
Judo ahora, porque
hay mucha paja
y poco trigo;
que eligiera bien
y lo mejor
era que recurriera
a un Sensei
conocido, aunque le
quedara lejos de casa
y muy a
contra mano. No
hace tanto, hubiese
dicho que en
cualquier lugar, cerca
de su casa
que enseñaran Judo;
hoy aconsejar eso
es ser tan mediocre,
como los que
no saben ni
siquiera caer o
como un muchos
danes, que no
hace determinados ejercicios
de caídas con
sus alumnos ¡por
si se le
lastiman! Ejercicios que hacían en
mi clase, niños
de entre seis
y doce años, el que
consiste en saltar
por encima de
varios compañeros y
hacer una caída
de frente. Si,
si, muchísimos danes, pero
tiene pocas ganas
de trabajar, me
consta que sabría
hacerlo infinitamente mejor
y eso que
vive del Judo,
eso que llaman
Judo. Y se
ofenden, a una
velocidad, como prender
fuego la pradera,
en pleno diciembre,
con tres años
de seca encima,
aquello arde a
toda mecha, igual
de rápido, se ven atacados,
ofendidos, se dan
por aludidos y van corriendo
al abogado, por si pueden
denunciarme, ¡les estoy
difamando! Una vergüenza inmensa
y mucha tristeza;
ni siquiera seremos
capaces de legarles
las caídas, a
los niños. Nos
perderemos sus caritas
arreboladas y llenas
de felicidad, cuando
después de tomar
carrera y volar
por encima de
seis o siete
compañeros, ejecuten una caída perfecta
y se levanten
sonrientes, ya les
sale como a
nosotros, los grandes,
que hacemos cosas
muy difíciles que
aspiran a poder
hacer, también, algún
día. Y la
semana pasada recuerda
Felipe, cuando se
le fue la
bici en el
pedregullo, pensó que se hacía pate
y mamá gritaba
espantada, solo se dejo ir,
puso el brazo,
escondió la cabeza
y se acordó
de no golpear,
tal y como le habia
enseñado el Profesor , para casos
extremos, ese lo era
y
quedo paradito, contra
todo pronóstico, el corazón le
martillaba desbocado y
estaba entero para
que la madre
lo abrazara, todavía
asustada y lo
palpara, asegurándose de
que no se
habia lastimado. Esa
mirada feliz, llena
de confianza, de
un niño de
ocho años, señoras,
señores, es lo
que nos estamos
perdiendo y les
estamos negando, entre
otras muchas cosas,
lo que es
sin duda una
verdadera vergüenza y
me da mucha
tristeza.
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