Sigo el proceso de volver a estar en
condiciones de aguantar una clase de Judo sin desfallecer. Me está costando
bastante más que de costumbre; físicamente el nivel que tengo es paupérrimo,
duermo pocas horas y trabajo demasiadas; la combinación resultante no ayuda en
nada a conseguir llegar a un mínimo desde el que pueda sumar e ir mejorando.
Ante esa situación que no puedo cambiar ni depende de mí en absoluto, recurro a
los viejos recursos que hace décadas me enseñara Sensei Firpo; cuando era un
potrillo que no escuchaba, no entendía, no obedecía ni confiaba en lo que me decía.
Sostenía y repetía hasta que lo convertía en una letanía que había que estar
abierto a aprovechar los errores no provocados cometidos por el compañero o adversario.
Los no provocados, los que no esperabas pero aparecían, hasta el más chiquito
pues ahí, había una posible ventaja que había que usar. Él lo hacía, no
perdonaba ningún error que cometieras y si además pensamos en los que te
llevaba a cometer, la idea global se acerca a lo que era hacer Randori con él,
un disfrute bestial ante la eficacia, efectividad e ideas que se salían de
cualquier guion. En la actualidad, sin fuerza, casi en cero; nada de velocidad física,
poca coordinación y pulmones bajo mínimos; solo queda el cerebro que trabaja
febril y no alcanza. Al rescate llega el Judo que trabajábamos: Uchi Komis
hasta quedar exhaustos; Randoris encadenados casi sin descansos hasta que el
agotamiento dejaba de importar, dejabas de sentirlo y el control lo asumían los
instintos, los reflejos condicionados y tus muñecas pasaban a ser antenas que
captaban cualquier movimiento o intención del otro antes de que se percibiera
movimiento, permitiéndote reaccionar antes de que se moviera o de prepararle la
trampa donde caería si su ataque no era completamente perfecto y lo más
probable es que no lo fuera pues te movías para evitarlo, sabías que pensaba
hacer, estabas delante y no lo sabía, tenías la ventaja. Entonces, hoy por hoy, me arrastro por el tatami y solo tengo para
esgrimir, aquellas lecciones convertidas en conocimientos un tanto difíciles de
plasmar en estas líneas, no son cosas tangibles y hasta resultan esquivas de
ver; por supuesto quienes las han vivido, sonríen, conocen el largo camino que
lleva hasta ellas y lo complicado que es enseñárselas a los jovencitos, los
nuevos potrillos que no saben escuchar, no quieren esforzare y no ven más lejos
que su nariz. Y arrastrándome
estaba esta semana, buscando avanzar un poquito en el sentido que necesito
hacerlo para mejorar mi estado físico general, por eso el Sensei me elige a mis
compañeros, me pone solo con potrillos o veteranos que me cuidan, dándome
tiempo y espacio para que vaya ganando todo lo que necesito para estar en condiciones
de parecerme a ellos; unos y otros trabajan conmigo y para mí; sin olvidarlo ni
perderlo de vista, voy sacando del baúl, aquel Judo o el único Judo posible que
me enseñaran de joven; el que me permite reír, si reír y disfrutar aunque los
pulmones no consigan hacer pasar oxigeno en cantidad suficiente a la sangre, el
cerebro note la escases del mismo y me maree y para rematar los gemelos se
suban y los calambres sean bestiales. Escapar de una inmovilización bien ejecutada para lo que te dejas cada gramo de tecnica, fuerza y experiencia; aguantar una estrangulación hasta el límite
y cruzarlo para salir con un contraataque demoledor o un escape que cae fuera
de lo que permitimos en general que intenten quienes están aprendiendo los
primeros estadios del Judo pero que nadie me reprocha, es en mi situación que
hay que intentarlo o no hacerlo jamás y para eso llevo más de tres decadas fortaleciendo el cuello, los deltoides y mi mente. La risa es más jadeo que risa, la tos me
dobla y muéranse del susto: disfruto del placer de ser capaz de intentar semejantes
locuras que en definitiva son puro combate contra mis limitaciones y son las
que cada clase, me dan un poquito más de capacidad para afrontar las
adversidades, dentro y fuera del tatami. ¿Duele? Claro, me duele el cuello hoy
por encima de otros dolores, sin embargo no hay dolor suficientemente molesto
para impedirme ir a entrenar, a seguir estudiando Judo o a trabajar, yo sé que mi cuello
soporta 5 minutos largos de estrangulamiento feroz ejecutado por un Judoka y
eso es un universo a mi favor, si un día, necesito ser capaz de aguantarlos
pues en juego hay cosas importantes: mi vida, otras vidas u cosas así. Ha
ocurrido y puede volver a pasar; entonces es cuando se necesita haber entrenado
con seriedad y saber perfectamente que podes y que no podes afrontar. Disfrutar a pesar de las
molestias y los obstáculos; hacerlo, disfrutar, de seguir aprendiendo,
estudiando, avanzando en la búsqueda de ser efectivo a pesar de cualquier circunstancia
adversa, propia o externa y de paso estar disponible para que los jóvenes y no
tanto, puedan observar lo que hacen décadas de estudio y práctica, la perseverancia
y el trabajo, tantas miles de horas consagradas al Judo. Hoy me ven reír y no
entienden cómo puede ser y me veo a mí, con su edad y experiencia, que tampoco
lo entendía; cómo tampoco entendía que aquel trabajo facilitaría estas risas al
proporcionarme una base tan solida y grande que siempre cuento con recursos
para reciclarme y seguir disfrutando al hacer Judo, poniendome ante la disyuntiva de abandonar, dejarlo o afrontar el desafio de superarme al esforzarme para tratar, aunque sea solo tratar, de conseguir salvar el obstaculo y si soy derrotado, estar en condiciones de volver a intentarlo en medio minuto y si insisto lo suficiente, mejorar paulatinamente mis condiciones cómo persona, las de Judoka tambien pero al final son lo mismo.
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