Todo está relacionado, lleva
tiempo verlo, hay que subir escaleras y bajarlas y volver a subirlas; no
alcanza con ver unos videos o leer libros; no alcanza con ir a las clases y
estar, pasar el rato más preocupado de hablar, reír o quejarse de lo duro que
es entrenar que de hacerlo, atento a lo que el Sensei pida. No alcanza solo con
ir a competir y con pretender ser: únicamente competidor, eso no existe en
el Judo. Hay que entrenar, estar en las mesas llevando planillas y
cronómetros, en los récords, ser delegado del pesaje, árbitro, el responsable
del resto de la banda para que el Sensei pueda ocuparse de otros asuntos, ser
puntal para las madres y padres que colaboran y obedecerles como al Sensei.
Hacer travesuras, mil y bancarte lo que te caiga encima cuando llegue a oídos
del Sensei. Todos y cada uno a su ritmo, según capacidades, según las
necesidades que haya en cada época o si, el Sensei reunido con otros Senseis,
llega a la conclusión de que necesitas estar ocupado, muy ocupado,
completamente desbordado de responsabilidades que no te atreverás a
desatender y toma las medidas para conseguir que así sea; preocupado con
encontrarte la vuelta para sujetarte y que no te desboques, tenes tendencia a
hacerlo. Y un solo objetivo en mente: convertirte en una persona en la
que se pueda confiar, sin eso no habrá Judoka.
Un ejemplo de dicha relación: Hacía Randori con Sensei Firpo, uno de tantos, y no me salía nada,
ofuscado con el asuntito de que no me dejaran agarrar las solapas o incluso la
manga. No era que agarrando, proyectara, ni en broma pero no agarrar era
insultante y frustrante. El Sensei estaba en modo juguetón y yo no agarraba ni
al viento. A más frustración, más calentura, más decepción y menos efectividad;
en un combate y eso estaba entrenando, entre otras cosas en ese momento; habría
sido derrotado por esa situación mental y espiritual. No lo vi venir, no intuí
nada, solo sentí una garra que me aferraba la muñeca izquierda, entonces
todavía era solo diestro y una entrada explosiva que me saco volando: Seoi
Otoshi, adaptado, enseñanza de su querido y añorado Sensei. Ni me levante,
apoye la cabeza en el tatami completamente descorazonado; así no se podía,
estaba hecho de otra pasta y punto.
-Arriba, sácate el Judogui.
Obedecí y recibí la clase más completa y magistral de proyecciones sin agarrar tela, solo orejas, pelo, cabeza, piernas, codos, rodillas, dedos, cuello y brazos.
-Todos tenemos extremidades; las llevamos a todas partes, no necesitas agarrar el
Judogui, necesitas usar la cabeza.
Magistral. La semilla quedaba plantada, era mi responsabilidad y mi trabajo regarla, protegerla, hacerla crecer sana y fuerte. Y esparcirla en el futuro.
Una
década larga había pasado aquella tardecita que volvía a casa después de
trabajar miles de horas y en el ómnibus al que subí, tres delincuentes
habituales ponían contra las cuerdas a los pasajeros y atormentaban a una
jovencita que solo podía sonrojarse y rezar para que ocurriera un milagro cómo
si estos fueran reales. Una
ojeada me sobro: perros de la calle, apaleados desde niños, acostumbrados a
pelear, supervivientes de muchas peleas; serían duros y peligrosos. Me saque la
corbata en cuanto me senté, una vocecita me gritaba que no, no, no, no lo
hiciera; busca alternativas, bájala por la puerta delantera, no seas salame,
son tres. Y también me hablo mi Vieja: Hagas lo que hagas, protégela como
si fuera yo. Decidí invitarles a bajarse en mi parada, eso resolvió
el problema de proteger a la joven pero me convirtió en un salame; tire
de códigos, nunca me dejen hablar y exigí un mano a mano que por descontado no
sería tal, yo sabía un poco de Judo y el más grande acepto. Con facilidad, lo
agarre de una oreja y la muñeca del mismo lado y lo desparrame al suelo con la
técnica que nos enseñan en primer lugar, tuvo ganas de levantarse, pero una
palanca lo disuadió de hacerlo. Sus compinches cumplieron quedándose a prudente
distancia.
Pasa
mucha agua bajo el puente, emigre, estoy en un Randori e Iván creció, esta
fuerte y resulta difícil pararle. Llevamos varias clases en las que me derrota
sin que pueda hacer nada para evitarlo, ley de vida y es una virtud del Judo
que me este cuidando, no pone el turbo, le sobra con medio acelerador. Mucho de
lo que hace, lo hemos trabajado durante años, antes yo le cuidaba, ahora él me
cuida a mí. No sale nada pero no me frustro, no caigo en la desesperación, me
sobra arsenal, me sobran ganas, me sobra tiempo; en alguna parte de mi Judo,
hay una solución a ese planteamiento suyo. Existe, esta, tengo la certeza
absoluta de que es así y trabajo buscándola. El muy desgraciado no me deja
agarrarle la solapa ni la manga derechas, ahora soy zurdo por elección, diestro
por necesidad y ambidiestro cómo estrategia. Paso a un agarre diestro y no me
deja agarrarle y no le importa que le cambie, le va mejor y me saca limpio por
encima de su cabeza. Buen ataque, pienso levantándome sin ningún apuro y cuando
recupero la verticalidad, hago lo que nunca hice: retrocedo, rehuyó el
contacto. Se viene al humo, piensa aprovechar ese momento que lee cómo de
debilidad mía y cae. De un salto está parado mirándome, no sabe que fue ni
cómo. Se lo muestro, al agarrarle la muñeca izquierda, intenta recuperarla y no
se la suelto. Pregunta.
-¿Esto vale?
-Claro que vale, por las dudas no lo muestres mucho y proyecta en cuanto puedas aferrarla.
Esa es otra lección que olvidamos: buscar al cinturón superior y ponerlo en aprietos, intentarlo con convicción pero sin cruzar la tenue línea que separa lo correcto de lo que no lo es y que solo se puede conocer, parándose frente a quienes más saben, saludándoles y disfrutando del privilegio que es, poder entrenar con ellos.
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