Jueves 22 de junio del 2016, entre las 1337
y las 1352, Alcudia, Valencia, España.
Un sujeto me increpa por no cederle el paso,
tras una persecución de película por el polígono, no llegare al cuartel de la
guardia civil en Carlet que queda a unos seis kilómetros de donde estoy y decido
no arriesgar más mi integridad ni la de nadie. Freno, me bajo cierro la
camioneta y que el Diablo reparta suerte.
De unos 20 años, 15
kilos menos que yo y algo más alto. Agitanado, peligroso en jauría, nada en
solitario. Está muerto al poco de bajar gritando del coche, alterado, fuera de sí;
pude destrozarlo de muchas maneras y me sobran ganas de hacerlo. Ya gane,
ahora se trata de evitar tener que herirle o matarle de verdad; ahora el
combate es con mi furia que crece amenazadora y existe el riesgo de que la
bestia se suelte, rompa las cadenas y tome el control. Ese es el combate y no
otro; es lo que no deberé perder de vista en los próximos minutos. En juego está
mi vida, yo sí tengo mucho que perder y gente ante la que responder por mis
actos, no moriré en ese lugar, no a manos de ese desgraciado que vocifera fuera
de sí; pero muchas cosas pueden perderse si no soy capaz de hacer magia y salir
no solo indemne, además ese sujeto tiene que estar entero al final del asunto. Abre la valija del coche y empuña una suerte de rastrillo con un mango
de 50 o 60 centímetros y dientes de dos o algo más; oxidada, no es una
herramienta que use para trabajar, es un arma y por eso la lleva en su coche. Ahora
se siente valiente. Yo tengo un arsenal disponible, un cerebro y un cuerpo que son armas, ya pude
reducirlo, matarlo, violarlo, hacer lo que me diera la gana; no me siento
valiente, solo estoy preocupado por si pierdo el control y dejo fluir la rabia,
la ira. Un sol de justicia y un cielo limpio
son los testigos, los humanos que hay en la vuelta se esfuman, así de valientes
son, así es cuando hay un gitano o alguien agitanado implicado; ni siquiera
llaman al 112, ni siquiera tratan de conseguirme ayuda, solo se esfuman y no
les culpo, así están las cosas y punto.
La Vida reparte sus cartas, no tiene por qué darte una mano buena y
lamentarse no te sacará del apuro. Ahora que empuña su arma y se siente un poderoso guerrero, capaz de todo
y al que no le importa nada, cómo grita muy alto, como para creérselo, avanzó
un paso, acorto la distancia para que vea que no me da nada de miedo y acortar
el impulso que podrá imprimirle al arma si decide atacar, lo está considerando
pero no se decide. Si
ataca, mejor será matarle; si solo lo reduzco o hiero, no podré trabajar más en
la zona ni con esa camioneta, me buscarán y siempre habrá algún imbécil que no
me busco ayuda pero se cagara y piara, orientando a sus pares, llevo uniforme,
es naranja y se ve a kilómetros, cualquier dato les servirá para llegar hasta
mi. La ley también me buscara y en las noticias solo dirán que se Judo, como si
eso me convirtiera en un delincuente y obviando que el sujeto con toda probabilidad
lo sea, no les atrae trabajar. La única victoria que sirve es conseguir que se
vaya sin tocarle un pelo, sin que sepa que acaba de nacer, sin que sospeche
quien juega con quien, quien es más fuerte y salvaje; quien es poderoso de verdad.
No
le provocó, no grito, me disculpo cuatro veces y le digo que no lo haré una
sola vez más; no se anima a pegarme, es patéticamente débil aferrado a su arma
que ni siquiera se ha molestado en aprender a usar para sacarle partido, más
partido. Le
digo que con seguridad han alertado de lo que pasa, el cuartel de la guardia
civil está a seis kilómetros, es una recta, cuatro minutos o menos si están en
la vuelta y ya debe estar cerca de cumplirse ese tiempo. Yo quiero que lleguen,
¿quiere él que lo encuentren amenazándome con esa cosa? No, no quiere, no puede permitírselo, por más
que haya vociferado que no le importa nada ni siquiera ir a la cárcel. Menos de
un minuto para salir pitando, le digo, remachando la idea insidiosa que le he implantado
en eso que lleva en lugar de cerebro. Mastico el asunto unos segundos y dejó su
hombría en la valija, espeto varias amenazas y se fue.
Mire la hora, 1352 ya no llegaba a tiempo a la próxima entrega prevista,
era una tienda que cerraba a las 1400; la anterior la hice a las 1337; era hora
de parar a comer, podría hacer la entrega a las 1730, no pasaba nada. Había
estado cerca, sudaba a mares, temblaba, el lado animal se había activado ante
la posibilidad de una pelea, el corazón bombeaba desbocado, comer igual podía,
la siesta no la dormiría ni a palos. Sentado, con
el motor en marcha, antes de embragar y meter primera, agradecí al Judo y a
quienes me han enseñado lo poco que se. Nuevamente el Judo me salvaba de mi
mismo, no había heridos ni muertos; yo no tendría que responder por matar a un
sujeto o haberlo lastimado seriamente, podía seguir con mi vida como si nada
hubiese pasado. Y paso pero no paso. Es algo mágico, inexplicable, no ataco, no
se atrevió y lo maneje todo el tiempo, jugué con él, hasta que decidió irse
convencido de que lo había decidido él, libremente. Esa es una victoria que no se
puede cuestionar y que se agradece, yo lo hago.
Hay mucho de Judo en este episodio y hay
mucho de mí en él. ¿Fábula, cuento o verdad? Les dejo elegir la respuesta,
cualquiera servirá. Algo es constatable para mi: cumplo el objetivo por el
que me puse a estudiar y aprender Judo, consistente en mantener el control a toda
costa y evitar las peleas. Esa tarde fui a seguir mis estudios de Judo y aprendí
a hacer Sode Guruma Jime, una estrangulación, de una manera que no conocía y
pude hacerlo porque fui capaz de evitar la pelea y tener que usar alguna técnica
específica de combate de Judo para defenderme de ese sujeto pero claro, al
final use mucho Judo para sacármelo de encima, la psicología también es un arma
y una herramienta que si se entrena, funciona de maravilla pero solo si has
entrenado de verdad, implicado, poniéndole ganas y entusiasmo por si la Vida
reparte cartas y te da una mano horrorosa, con la que tenes que jugártela. No
lo será tanto si el Judo está en tu vida.
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