Una noche,
hacíamos Randori y
llegamos al borde
del tatami, yo
pare, pero mi
compañero no y
me lanzo sobre
el piso de
madera. Hice las
cosas mal, intente
evitarlo y clave
el hombro derecho,
millones de estrellitas
explotaron detrás de
mis ojos, el
dolor fue algo
más denso que el mero dolor físico
y casi me
desmaye. Al mirar
mi Sensei, el
hombro ya estaba
hinchado, a un
taxi, directo al
hospital: luxación del Acromion, pequeña
fractura y ni sé como seguía el
informe, solo que dolía, horrores.
Ese fin de
semana en el
Club de Remeros
de Mercedes, se
hacia el Campeonato
Federal y Celia Bárcena contaba
conmigo en las
mesas, fui y
aguante las interminables
horas que duro aquello, el
viaje incomodo de ir
o volver en
el ómnibus, una discusión más
agria que las demás con
Richard Arcia, no
me acuerdo el
motivo. Si recuerdo
bien fue en
el año 1988.
La lesión me impedía
entrenar
y deje de
ir, en casa
usaba el cerebro
para recuperar el
hombro, la movilidad
estaba muy limitada
y el dolor
era intenso; baldes
cargados con agua
y regar los arboles de la
vereda, fue la
actividad que me
impuse y con
dolor, sufrimiento, sacrificio,
tenacidad y la tozudez que
me es propia,
conseguí que el
hombro funcionara y volví a
la clase. Primera clase
en más de dos
meses y algunos
aprovecharon mi debilidad,
incluso me desmayaron
limpiamente, con una estrangulación; todos estaba fuertes
y rápidos, lo
pase realmente mal y entonces
me agarro un cinturón superior,
no pondré su
nombre, quienes deben
adivinarlo, lo harán;
esa noche caía
con cualquier cosa que
yo intentara, por
lenta, falta de intensidad o
defectos que tuviera
y eso jamás
pasaba, proyectarlo a
él, era una utopía,
que
tardaría casi seis
años más en
abrazar. Esa noche
me enseño el
significado de ser
el alumno aventajado
o uno de ellos y
porque los Senseis
se apoyan en
ellos, dejándoles ir
aprendiendo a convertite
en Senseis en
un futuro. No pidió para sí mismo,
nada, ni para
mis compañeros, nada
tampoco, fue exigente
conmigo: “ Rafa, vos
nunca lo haces
ni lo harías,
procura que esta
noche no cambie
tu Judo, en el tatami,
vas bárbaro, es
donde termina este, que debes
esforzarte y el
Viejo Firpo, dice
que el Judo
no empieza ni
termina en el
tatami, de casualidad
es tu Viejo.
Entendeles, en condiciones
normales y si
no es un
campeonato, los descalabras,
sin lastimarles, sus
egos, están reventados,
se sienten humillados
y estas débil,
lo aprovecharan; úsalo
para ser más
fuerte.- Y con
una sonrisa de
travieso descomunal, declaro.-
Y destrózales el
ego.”
No fue
el primero ni
el ultimo que
me pidió que
no cambiara mi
Judo; no eran
pocos, ni lo
son los que
ya veteranos, me
buscan con confianza,
en la certeza
de que no serán proyectados,
hasta que lo
pidan y entonces
y solo entonces,
si la proyección
es perfecta, la intensidad la
justa y se
levantaran con una
sonrisa iluminándoles la
cara; por supuesto
yo salgo proyectado
con facilidad inverosímil,
que todos saben
que es un
homenaje a tanta
experiencia y trabajo
suyos y que de
paso
me ayudan con mi ego
y mi problemática humildad.
Por aquello de
la ayuda mutua,
que tantos ignoran
o hacen ignorarla. Nunca más
me desmayaron por estrangulación y
hoy, rara vez
me rindo, consigo
escapar, he trabajado
mi cuello a
fondo. Y mi
mente. Cuando algo se sale mucho de la maceta,
me acuerdo de
aquel compañero, cinturón superior, hoy Sensei y sé que
no puedo ser,
como él pero sé que
le debo el esfuerzo de
no cambiar ese
Judo que me
vio y procuro
que atesorara,
al igual que
otros: básico, simple,
honesto para conmigo
y honesto para
con los niños
y jóvenes. Todos
me dejaron ser
yo mismo y aguantaron con
una sonrisa, pocas
veces y cara
de disgusto, muchas
otras, mis desplantes.
Curiosamente me respetan
y sigo preguntándome
porque, aunque atisbo
una posible respuesta,
la intuyo y
la persigo, cabezón;
ese es el
Judo que ellos
me enseñaron, el
que perpetuaron en mí, porque
asi somos los
Judokas o deberíamos
serlo; no conocemos
desafíos grandes, inmensos,
imposibles, no nos preguntamos cuantas
décadas nos llevara,
solo trabajamos duro
para intentar llegar
y si no
lo hacemos, no importa, dimos
lo mejor de
nosotros mismos, es
suficiente y por
el camino, somos ejemplo
para
las niñas y
niños que puro
ojos, nos miran
y mañana nos imitaran, confiados,
crecieron viendo a
hombres y mujeres,
esforzándose por ser
mejores seres humanos,
en cada clase,
cada ejercicio y
cada minuto; el
objetivo era ser
mejores como seres
humanos y ellos,
no serán menos.
Algunos serán incluso
Campeones y serán
tan educados, ubicados
y amables, que
todos nos sentiremos
orgullosos de verles;
como nos sentimos
de las Maestras,
Médicos, Trabajadoras Sociales,
Taxistas, Mecánicos, Dentistas,
Barrenderos, Panaderos, Secretarias,
CEOs, Policías, Militares,
Guardias de Prisiones,
Choferes, Chefs, Mozo,
Peón, Enfermera, Vendedora,
Abogado y otros
tantos, que junto
a nosotros, traspiraban
un Judogui, bajo
la mirada atenta del
Sensei.