jueves, 25 de febrero de 2016

Quejándote, no aprendes a defenderte.

Llevo tiempo dándole vueltas a esa prohibición de ciertos agarres que han derivado en que no se puedan hacer técnicas señaladas o que se deba modificarlas sustancialmente para ejecutarlas en un campeonato y sean válidas. Por mi cerebro daba vueltas algo pero no podía fijarlo para descubrir que era lo que me molestaba tanto, amen de la barbaridad  que significa ese nuevo reglamento en sí mismo o el árbitro en solitario que es corregido por otros que ven las imágenes en un monitor y pueden pasarla tres o cuatro veces antes de cambiarle la decisión y a pesar de eso, son horrendos, extremadamente malos; por poner las dos que destacan por aberrantes.  Pensaba y pensaba, no había manera de conseguir atrapar eso que en los recovecos de mi cerebro chirriaba de mala manera. Entrenando, si algún compañero se quejaba de algo que yo hacía por considerarlo invalido, me daba un ramalazo de furia mezclado con frustración, tanto si tenía razón y yo había cruzado los límites cómo si estaba estrictamente dentro de estos, entendiendo por límites, los del reglamento de competición. Furia y frustración, si, a borbotones, era Randori, simulábamos un combate, nos preparábamos para un eventual Shiai o Jigoro Kano no lo quisiera, una pelea en la calle, la fabrica, la discoteca o cualquier callejón oscuro y desangelado; estábamos puliéndonos en muchos sentidos y solo se les ocurría llorisquear con que ese agarre no valía, esa técnica no valía, apretar tanto no valía; ni siquiera estaban preparándose bien para competir en un tatami con árbitros y todas las garantías; estaban perdiendo el tiempo y en parte me lo hacían perder a mí. Por descontado se le preguntaba al responsable de la clase o al Sensei;  podía ser que declararan manifiestamente ilegal mi acción, que fuera al límite o que no lo supieran claramente, dado que el reglamento había cambiado y que la sonrisa del Sensei fuera amplia y decretara la valides absoluta de lo que yo había hecho aunque podía ser que en un campeonato no me sirviera más que para ser expulsado. A pesar de enojarme, les enseñaba esas acciones, las adaptaba a su Judo, les enseñaba a evitarlas y algunos las absorbían, otros las ignoraban. A mí no me llegaba la inspiración, no conseguía cazar eso que tanto me molestaba, chirriando en mi cerebro con insistencia. Aprendí al estudiar Judo que la perseverancia, la insistencia llevada a límites que pueden preocupar a otros que sean ajenos a lo que implica perseguir la perfección pero que no le serán ajenas a un músico, a un director de orquesta, a un pintor, a un francotirador, a un cirujano de cualquier especialidad o a un Judoka aunque sea como yo, un aprendiz; y por eso insistía. Debía dejarla ahí, incordiando todo lo que quisiera, en algún momento conseguiría fijarla, convertirla en una idea, pensamiento, sentimiento, lo que fuera y sería mía por fin; sin límite de tiempo, en algún momento yo me impondría a mi esquivo cerebro. Hace unas horas, sentado leyendo en el blog, entradas ya publicadas y algunos borradores, lo que me molestaba cuajo y se dejo ver nítidamente y comprendí la razón de que fuera algo que me molestaba tanto y durante un periodo de tiempo tan prolongado.
Nunca, nunca, nunca, los Senseis Firpo, Erlich o Melera se quejaron por una acción mía, de cualquiera escapaban, o la anulaban y cómo mucho, les sorprendía una vez y solo una, a la siguiente intentona que esperaban con paciencia, me llevaba un escarmiento que pasaba a ser parte de mi arsenal conocido que no coincidía con el  que trabajaba para llegar a dominar, pero que sabía que existía y sabía que podría trabajar para sumarlo a las técnicas que podía optar a usar. Tampoco recuerdo que se lamentara nadie en aquella época, llegue a amargar a mis compañeros con mi trabajo de suelo pero se ponían igual conmigo.No importaba lo que yo hiciera o intentara, ellos tenían una respuesta acorde y eficaz para desarbolar mis intentos, sin una sola queja, cómo mucho, una sonrisa ante el atrevimiento del potrillo; siempre tenían respuesta, no dudaban en que tenían que hacer por más que fueran muchos pasos por delante, me estuvieran cuidando y dando piola. Si les agarrabas el pantalón, una pierna, el cinturón, una solapa por el extremo inferior, cruzando el agarre, en pistola, del mismo lado o lo que quisieras, ellos resolvían proyectándote o estrangulándote o te hacían una palanca o con destreza anulaban ese agarre con otro que te dejaba sin ventaja y por ende, sin ataque posible. No solo no se quejaban, encima tenían una contra para usar o dos o mil. Eso es lo que me molesta. La falta de calidad técnica actual es apabullante, desmoraliza.  Si a un Judoka le agarran el pantalón y no sabe qué hacer, no es un Judoka. Si ignora cómo salir de un agarre, no es un Judoka.  Y si tenemos que cambiar el reglamento por eso, no es Judo, es otra cosa.
No solo no se quejaban jamás, entrenaban con intensidad, enseñaban todo lo que sabían y entonces lo ignoraba, lo sé hoy: habían entrenado así durante tantos años que tenían y tienen un Judo precioso, donde quejarse y llorisquear no es una opción y sí, esforzarse por  mejorar, tener una contra o una salida para cualquier situación y tiempo para enseñárselo a sus alumnos y a cualquiera que llegue a su Dojo y suba al tatami y demuestre que es un Judoka. Eso es lo que me molesta, la falta de ganas, las excusas, el escaso espíritu que muestran…que a cualquiera le den un grado que no merece ni merecerá y se pavonee creyéndose que sabe un poco de Judo o mucho y no está ni para ser un aspirante; que perviertan algo que es muy fácil que no simple y cualquiera llorisquee cuando le hacen cualquier cosita que se sale de este guión que los genios que gobiernan al Judo, lo que ellos llaman Judo, nos han impuesto o intentar imponernos y deriva, ha derivado, eso sí, en un nivel paupérrimo.                                                                                         

2 comentarios:

  1. Y que decir totalmente de acuerdo .... a mis 46 largos vivencie el gran Judo de la mano de un Shihan ya desaparecido(T. Kobayashi 8 °Dan) , comparo ahora lo que aprendi , poco pero muy bueno , con lo que se enseña y practica hoy en dia y no pasa un solo dia en que no me sienta privilegiado de haber podido prender de un gran maestro el Gran Judo, para la vida y el tatami mismo.

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    1. Evidentemente lo somos, privilegiados. Por eso vemos la diferencia y no nos engañan con espejitos de colores.

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