sábado, 9 de abril de 2016

Loco del asfalto.

Hace 14 meses y algo que estoy trabajando de mensajero. Durante los mismos he atravesado momentos difíciles, por más que callejear ya supiera y tuviera experiencia de sobra haciéndolo, casi una década, tenía que convertirme en mensajero. Serlo de pleno derecho, cosa que hoy puedo afirmar que es así. Para conseguirlo conté con la ayuda de un compañero, uno en especial que me oriento, aconsejo, dio información y en muchas jornadas en las que me enfrentaba al desastre, me alivio llevándose paquetes que debía repartir yo. Las mujeres de la oficina, algunas más y otras bastante menos, pusieron de su parte, dándome piola; teniéndome paciencia y aprendiendo a conocerme, primero a descubrir y después  a saber qué les diría la verdad siempre por malo que fuera para mí y que no las dejaría regaladas frente a los clientes. Llevamos dos sistemas GPS, créanme que saben exactamente que hice, cuando y durante cuánto tiempo. Saben si uso el aire acondicionado, aceleró bruscamente o freno de igual forma, si la camioneta estuvo prendida y parada; si doblo en U, etc. y por supuesto: las velocidades a las que circulo. Es el Gran Hermano, les falta ponernos una cámara en la cabina y cualquier día de estos lo hacen. Por supuesto yo le puse ganas, me volqué en conseguirlo, quería conseguirlo. No me pare en las 14 horas diarias, no me pare a pensar que muchos días no podía ni parar a comer, que pase seis horas sin poder ir al baño en una jornada y que llegar a cuatro era lo normal; que no tenía tiempo ni de comprar agua y la sed atormentaba duro esos días de verano. No me pare en los gritos y el destrato o maltrato directamente del que era, todavía soy pero menos, objeto durante la jornada o al llegar a la base. No me pare cuando tuve que dejar de ir a Judo porque era imposible llegar a tiempo. No afloje ni cuando desanimado rompía a llorar al ver que no me salía el trabajo; se me apagaba el GPS y no volvía a la vida o no conseguía encontrar una dirección de prioridad absoluta y siempre contrarreloj, siempre, constantemente hasta las 1400 de cada día. No. Solo me propuse conseguir ser mensajero, mantener el trabajo y llegar a ser uno más o hasta destacar para bien entre quienes como yo, salen cada mañana bien temprano, tipo 0730, a correr como demonios hasta las 1400 y repartir lo que haya quedado hasta pasadas las 1800, casi las 1900. Chocamos. Nos roban, nos fríen a multas por estacionar donde no se puede ni debe o por ir volando sin alas por el asfalto. Nadie vela por nuestros derechos, ni para que se cumpla el convenio, ni para nada; estamos igual que tantos trabajadores: abandonados a nuestra suerte. Yo no entendía a los choferes de esas camionetas pintadas con los logos de empresas de mensajería o las que siendo blancas, en su mayoría, llevan cerrojos adicionales en las puertas que las delata cómo trabajando para transporte de paquetes; creía que eran unos locos sueltos con licencia para estacionar mal y correr; hoy soy uno de ellos y quien me ve en la calle, pensara con razón, que estoy loco de remate. No tengo licencia para estacionar donde me dé la gana y mucho menos para pasar de 90 km/h o ir en pueblos y ciudades por encima  de los 30 km/h o 50 km/h o para rebasar la máxima permitida en una carretera o tramo específico. Lo hago de manera sistemática o no podré cumplir con todas las entregas adjudicadas ni con los horarios que me obligan a realizar en cada jornada so pena de que me echen de una patada. Y también  lo hace cada mensajero que sale a trabajar repartiendo paquetes y sobres. Ganas. Siempre se trata de eso, de tener ganas, de tener actitud y predisposición; de querer hacerlo bien y tal y como te piden o exigen. Siempre se ha tratado se poder sentirte orgulloso de tu trabajo por mal pago y considerado que este; siempre se ha tratado de dar lo mejor de ti mismo sin escatimar; en fin, siempre se ha tratado de superación y lucha. Y para mi es fácil, entiendo ese lenguaje y aunque no lo haya sido en absoluto, simplemente me dedique a ser un Judoka y actuar como tal, sabedor de que si tenía que depender de mi y solo de mi esfuerzo, lo conseguiría. Llevo años, décadas esforzándome, aprendiendo a controlar mi maldito carácter; llorando de dolor o frustración pero sin aflojarle; estaba preparado de sobra para superar los obstáculos y pasar a ser un mensajero, un loco del asfalto más.

2 comentarios: